En el año 2017
publiqué una estupenda distopía titulada Llamando a Base
Castilla. Mis lectores me pedían que diera conclusión a las
aventuras de Samur Pan y las diablas azules: las chicas de Casita
Dara.
Ya habían leído
como se había llegado a ese estado de cosas: el derrumbe de todo
tipo de sociedades por la explosión del gran volcán de la isla de
La Palma, Canarias. Y como la situación mundial era en esos momentos
explosiva los misiles con cabezas atómicas volaron de un continente
a otro llevando la destrucción a todas partes.
Todo se está
viniendo abajo.
Samur ha perdido a
su esposa que intentaba defender la puerta de la clínica donde
trabajaba, como enfermera, de las hordas que querían quemarla, con
todos los internos y trabajadores dentro.
Algo se rompió en
el corazón del policía y se volvió un desalmado, cazador de
comancheros. Personas alteradas por una misteriosa enfermedad que
rechazan todo tipo de civilidad y tecnología recorriendo aullando
las afueras de la Ciudad de los Dos Ríos.
Contratado por Dara,
(cobrará en carne sus servicios, ¡jamones!) Samur seguirá
investigando el origen tanto de la aparición de las diablas azules
como de los comancheros. Y de los orcos.
La ciudad, el país,
incluso continentes conocidos, se van derrumbando tragados por las
aguas a la vez que van surgiendo tierras nuevas. Y Samur seguirá,
imperturbable el ademán, defendiendo su español modo de vida así
el mundo se hunda.
Son muchos los
problemas y decepciones que el protagonista se va llevando, de año
en año, pero las chicas azules se irán turnando para sostenerle, a
él y a lo que queda de ciudad civilizada.
También tendrá el
apoyo de la Guardia Civil a caballo así como de muchachos
inmigrantes que irá incorporando a su Milicia Ciudadana.
También muy
importante el apoyo de Helena, bióloga, creadora de la Sopa Boba (a
base de algas) y de un amigo matemático que busca conseguir
BioPlasma. (Y también otras cosas)
En uno de los giros
de la distópica historia Samur irá a parar al otro lado del río y
tendrá que acogerse a la protección de una bellísima comanchera.
No pillará alguna enfermedad con ella y logrará regresar del lado
alucinado de la vida a su ciudad, podrida y enferma hasta el tuétano.
La venganza se sirve
en plato frío y en la ciudad caen nevadas de más de un metro de altura, en los
largos inviernos. Todo se derrumba, pero él irá pillando a los
malotes.
En sus últimos días
su casi única ilusión es comunicar desde su alto torreón, su
poderosa emisora de radio, con nuestros chicos en Antártida.
¡Llamando a Base
Castilla! Antártida, responda.
¡¡Llamando a la
Base Gabriel de Castilla!! Desde España, coño.
Esto se hunde
amigos, no dimos más de sí.
Y lo escribí en
2017.
¡Ah, sí! Rashomon,
¡qué peliculón!