Aprovechando unos días de vacaciones
en la ciudad de Cádiz, en el año 2013, escribí una maravillosa
novelita (novellette) que titulé La Crux de los Ángeles.
Cádiz, la Isla de León, la Tacita de
Plata, es mucho Cádiz y los bares del barrio de San Martín muy...
acojedores. Y qué rico ese vino blanco, fresquín, luminoso... me
pedí el primer día que pisamos por allí ser vecino del Populo,
hasta el fin de mis días.
En fin, que tenía la idea de escribir
una historia; algo prodigioso ocurrido durante el reinado de Don
Alfonso II, el Casto. Rey de los ástures y cántabros que se habían
levantado contra el dominio mahometano, queriendo mantener sus viejas
costumbres y romerías y la sidra y el bollo preñado y... todo eso.
Que enseguida estuvieron
hasta la gaita de los moros... y comenzaron las batallas en el Monte
Auseba, el Monte Seguro, y continuó la guerra el primero de los Alfonso, el
cántabro, que llevó las fronteras del reino desde La Coruña hasta Vitoria.
Así pues llegamos a los tiempos del
segundo de los Alfonso, atacando por sorpresa la ciudad de Lisboa, en
el año 798, y llevándose de vuelta a casa un fabuloso botín.
Pero... ¿qué nos cuentan las crónicas
medievales?
Que dos años después del botín de
Lisboa los magnates del reino depusieron al rey y le encerraron en un monasterio... ¡durante ocho años! Hasta el año 808 le mantuvieron el
confinamiento, y porque las tropas musulmanas estaban arrasando
Asturias fue cuando sacaron a Don Alfonso de monje y le pusieron de
nuevo al mando del ejército.
¿Qué había ocurrido entonces?
Terreno sembrado para la fantasía: En
el botín de Don Alfonso iban tres bajeles, bajeles musulmanes,
concrétamente de marinos gaditanos, que a su vez ellos habían
arrebatado a la armada cristiana en una desesperada operación de
recuperación de la ciudad de Málaga para el Imperio Bizantino.
Quien roba a un ladrón...
Y de vuelta a Gijón sucede lo
inesperado... En un puerto de la Marina de Lugo, Vivero, el rey
coincide con unos monjes, unos extraños monjes, llegados en una
pequeña embarcación desde la Isla de Irlanda.
Los irlandeses son hermanos, de raza y
de religión, pero ¿qué les ha traído hasta las costas gallegas y
en tan pequeña embarcación?
Quieren ir a Roma para dar cuenta a
toda la Cristiandad del hallazgo de la Isla de San Barandan.
¡¡Qué!!
Y yo tengo tres bajeles...
La aventura se lanzará en cuestión de
semanas; financiación más que sobrada: todos los magnates del reino
quieren participar e incluso algunos enviarán a sus hijos a la
conquista de...
Terra Incógnita.
Y no les cuento más de mi historia y
de cómo aquellos hispanos, muy anteriores al también hispano
Cristóbal, se llevaron con los incógnitos habitantes de aquellas
tierras lejanas; y sobre todo con las... incógnitas. Las doñas del
otro lado de la mar océana, tan similares a las que habían dejado
en casa.
Don Alfonso pasó los últimos años de
su largo reinado viendo crecer su sueño dorado: la Nueva Toledo, en
tierras asturianas. (Novo Toleto-Ovieto-Oviedo) Y su fabuloso templo
dedicado a San Salvador (Jesús de Nazaret) donde resguardar las
reliquias del Arca Santa que unos monjes habían sacado de Toledo (el
visigodo) y escondido en el Monte Sacro.
Su símbolo sería La Cruz de Los
Ángeles; imagen basada en una visión que el rey, no tan casto como
se dice, tuvo de niño a la muerte de Don Aurelio. Una cruz en el
cielo.
Su testigo fue recogido por su sobrino
Don Ramiro, el Justo, que amplió y mejoró la ciudad ovetense,
aunque él personalmente prefería pasar los días en su Camelot del
Monte Naranco.
Allí, dando gracias a San Miguel
Arcángel por su protección, y en el templo de Santa María iría
dando forma a su proyecto personal: Sus Caballeros Palatinos.
Bernardo del Carpio, Hermenegildo de Oporto, en fin... los Doce de la
Fama. ¿Recuerda sus nombres, verdad?
Pero eso ya lo dejaría para otro
relato fantástico, ¡y tanto!
Ramiro y El Hazo.