Camino de las luciérnagas 1
Conciencias diversas por todas partes
Conciencias diversas por todas partes
Como apenas conocemos las diversas conciencias que habitan La Tierra nos resulta difícil asimilar como podrían ser las conciencias de otros planetas del sistema solar y no digamos ya las extra-solares.
Para mucha gente el que un día llegaran a ver un tipo o tipa, tipeja, de aspecto noruego y un físico estupendo es sinónimo de "hermano mayor" o "guía galáctico", algo así; en cambio un bajito cabezón, con una piel gris perla les haría saltar y salir corriendo como liebres, o hacerse caquita en los pantalones.
Es un problema de conciencia.
De la nuestra, que somos todavía muy ignorantes.
Los primeros tipos aludidos puede que sean, casi seguro, unos nazis de tomo y lomo, deseando exterminarnos como si fuéramos palestinos, y en cambio al chaparro casi se le podría considerar un ángel.
¿De qué depende, entonces? Por si usted se topa algún día con foráneos.
De su conciencia, de sus creencias, de su cuento, relato, existencial, de su buena o mala fe; de la de ellos y de la suya propia.
Nuestros ancestros tenían conocimiento y relación con los seres, nada elementales, de los ríos y los montes, de los animales, del Sol y La Luna y de los planetas, que no son errantes. No era adoración lo que hacían, eran muestras de respeto, de consideración, el procurar mantener una buena relación con ellos. Y que nos beneficiaran de algún modo, que nunca nos faltara de comer.
Cuando llegaron a la península ibérica los dioses asiáticos, con sus cultos personalistas, arrasaron con todo. Los primeros fueron los fenicios, continuaron de algún modo los romanos con sus Mitra y demás, y el desastre final llegó con la caída de su colosal imperio y dominación. Obligaban a adorar, sí: a adorar a unos emperadores que...
Pasados los siglos quedó la persecución de La Magia, las cazas de brujas, y tras la Ilustración el Materialismo consecuente que ha conseguido anular en la práctica todo conocimiento sobre la conciencia. Sucedió esto mismo a los dos lados del Telón de Acero en el siglo XX y seguimos pagando las consecuencias.
Ateos sin escrúpulos ni vergüenza te tildan enseguida de... pirado, si les hablas de este tema.
La conciencia es una cosa que... Nunca miran que la suya propia es pequeña, oscura, sucia, y la tienen escondida en su pequeño túnel, allá donde nunca penetra la luz del sol, ¡o no debería!
No se merecen ni que les metan un buen... puerro. ¿Me siguen?
¿Conciencias estelares? ¿Ustedes pueden concebir que haya gente creando estrellas y que dejan a sus niños que hagan... planetas? No les cabe en la cabeza, seguro, y disculpen lo de los puerros, que por ahí tampoco...
¿Son conciencias las llamas de los fuegos? Como viven en ciudades seguramente nunca se han pasado mirando un buen rato a la lumbre de un fogón o en un fuego de campamento, nunca han fijado su atención en su baile y en su geometría casi euclidiana. Como yo soy un tipo No Euclidiano sí me he fijado.
Se ha quemado la intemerata en estos días en la península ibérica pero por nuestra baja conciencia, oscura, y escondida tan solo hemos visto... ¡llamaradas! Y unas nubes de humo tóxico por todas partes.
¿Quieren ustedes espabilar ya de una santísima vez?
¿Cuántas conciencias, grandes y pequeñas, pueden existir en esta galaxia? ¿Y en el concierto universal? Solo Dios lo sabe, así que usted pregunte, pregunte... Su Conciencia está extendida por todas partes. El Reino de Dios está dentro de ti y a tu alrededor, no en edificios de madera y piedra. Corta un trozo de madera y allí estaré, levanta una piedra y me encontrarás....
¿Qué más hay que añadir, almas cándidas? Ya os llegará La Claridad, en unos pocos años.
Nosotros, los tetitas. Cuento.
Nosotros, los tetitas
No sabemos en que cueva ocurrió, nadie recuerda su nombre ni situación aunque aparezca siempre en nuestros sueños, cuando las humanos dejaron de gorjear y silbar como las aves y comenzamos a hablar, pero si tenemos estos recuerdos fiables en palabras claras que nosotras, las abuelas, os conminamos a repetir con nosotras.
Fue la niebla, la niebla con olor a huevos podridos, la que se llevó a los hombres. Fue la niebla la que se llevó el viejo mundo, la antigua humanidad, y dio nacimiento al nuestro. Tan grande fue la mortandad que pareció fallecer el propio cielo; pero la madre tierra aún tenía fuerzas ocultas y pudo proteger y alimentar a las Madres Primordiales, las Procreadoras, con las preciosas setas y los vegetales que crecían en la inmensa cueva.
Cuando la niebla desapareció y el cielo azul volvió tan solo quedaban vivas unas pocas, unas pocas humanas que vivían en la gran cueva y somos nosotras, las que tenemos el poder de los corales y las piedras de colores, sus hijas, sus herederas, las que guardamos el recuerdo imborrable de las primeras nuevas madres y su sufrimiento extremo.
No había ya hombres. Se fueron de caza al gran valle y no volvieron, tan solo quedo su recuerdo. Y el dolor del hambre. Y el deseo de ser madre. Ya no había hombres. ¿Quién podría ser entonces madre? Durante veinte lunas lloraron y clamaron al cielo las humanas, asustadas, aterrorizadas, perseguidas por las hienas; refugiándose en el fondo de la gran cueva. Pero el cielo, apiadándose del dolor de las humanas, envió el alimento luminoso que las volvió fértiles, fértiles madres, y poderosas.
Una tras otra las Madres, las Madres Primordiales, fueron quedándose embarazadas por vez primera, y segunda, y tercera, y verano tras verano la tribu de las humanas fue creciendo de nuevo y haciéndose numerosa. Numerosa y poderosa era de nuevo nuestra tribu; la hiena ya no reía ahora tras habernos arrebatado algún retoño, los perros huían tras sentir la primera pedrada certera. Éramos rápidas, rápidas y resistentes, ágiles, implacables en la caza, pacientes en la pesca, previsoras esperando los frutos de la naturaleza.
La tribu humana volvía de nuevo a caminar con la cabeza erguida por los valles y montañas de la tierra renovada. ¡Sí! Somos poderosas, las reinas, las señoras de los campos y las bestias. Y nuestra prole fue creciendo de generación en generación, multiplicándose incesantemente. Somos nosotras las que guardamos la memoria del mundo, somos nosotras las guardianas de la palabra, nosotras relatamos verazmente los hechos tal y como sucedieron.
− ¡Abuela! ¡Abuela! ¿Y entonces? ¿Qué somos nosotros, los tetitas?
− Un error, hijo, un inmenso error nuestro. Y un dolor que no os cuento.
No supimos, no lo conseguimos, no hubo manera, en algún rincón de la cueva de nuestros sueños quedaba escondido el recuerdo de los hombres, los hombres cubiertos de vello y amplio pecho, y lo que hacíamos cada noche con ellos. Y fue tan fuerte nuestro deseo que…
− ¿Qué? ¿Qué pasó, abuelita?
− Que entonces comenzasteis a nacer también vosotros, los tetitas. ¿Qué falta nos hacíais?
−No te enfades con nosotros, abuelita, no quiero verte nunca enfadada, ¿por qué dices eso?
−Porque cuando vosotros nacisteis se nos retiró el alimento luminoso y ahora tenemos que vivir a oscuras y cuidando de vosotros.
Quisimos volver a tener hombres, nosotras, las idiotas, la venteaba generación desde las Madres Primordiales, debimos empezar a degenerar; no supimos ya sujetar nuestros deseos, y perdimos el don del cielo y la luz interior.
Quisimos tener un hombre a nuestro lado, y ahora nuestras hijas y las hijas de nuestras hijas tendrán que cuidar de vosotros, tetitas. Carne de mi carne, sangre de mi sangre, os tenemos que querer aunque nos seáis más que una mujer a medio hacer y el sueño de un hombre en la noche oscura.
A ver de qué sois capaces cuando empecéis a crecer.
Este es un cuento que publiqué en el año 2.014 en mi libro Milagro en Benarés y otros cuentos prodigiosos. Lo puede adquirir pinchando en el enlace.
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