Camino de Santiago, Jacobeo 1999, sexta parte

 


Continúo mi peregrinar por viejas diapositivas escaneadas y tras una noche diluvial partimos con la primera claridad hacia el Alto de San Roque. La lluvia nos acompaña a ratos, y sobretodo el viento.


Un compañero me hace la típica foto al pie de la estatua de San Roque. Años después unos vándalos rompieron el bordón y me parece que no se ha podido recuperar la parte superior.



Una mañana triste andando por esos montes galaicos. Un café en La Posada del Peregrino, en el Alto de Poio, y seguir entre la niebla procurando no perderse en algún desvío.


Con el paso de las horas las nubes quedan altas y bajando de Filloval ya vemos Triacastela al fondo.




Llegando a Triacastela decido no caminar más pues la noche pasada apenas pude pegar ojo. Dormiré dentro del pequeño albergue de la Xunta de Galicia, y mis compañeros, que llegarán horas más tarde lo harán en las tiendas de campaña del ejército.


Tras una buena siesta y un café en O Peregrino paso la tarde en compañía de un matrimonio estadounidense, haciendo fotos por la villa. Les encantó especialmente el cementerio, muy diferente al del lugar de donde ellos provenían.
Para cenar decido darme un homenaje en un buen restaurante donde coincido con unos matrimonios brasileños. Podrían dormir en el mejor hotel de la villa pero... prefieren el ambiente hospitalero. Les pincho un poco con el tema del coche de apoyo, de alquiler, que utilizan para cargar con sus pertenencias, pero no mucho que a estas alturas uno ya ha visto de todo. Y me convidan a chupitos, uno tras otro. Marché para el albergue abrazado a un par de ellos, bailando samba o no sé qué...


Nuevo cambio en el tiempo y le dio por hacer calor, y mucha humedad. Turismo por Galicia, me marcho a conocer el Monasterio de Samos. El camino hasta allí es delicioso, lo he repetido años después, y el lugar es muy interesante.



El albergue, San Julián de Samos, es uno de los más decepcionantes de todo el Camino de Santiago, de pena, al lado de una gasolinera y entra el olor por todas partes.
Tengo suerte de llegar de los primeros pues está casi todo reservado, me cuenta el hospitalero, por un grupo de alemanes.
¡Que llegan en autocar! Descargan las maletas y se meten al albergue, yo alucino en colores ayudando al hospitalero en sus labores de mantenimiento. ¿Y dónde van a dormir los que vienen andando?
Jalicia Canibal
Entro al monasterio y una agradable sorpresa: el jardinero es leonés y accede a charlar un rato conmigo. Contando anécdotas de cuando se quemó el monasterio y de antes incluso.
De personajes célebres que por allí pernoctaron.


Incluso entro a la misa del peregrino para ver el templo por dentro, y después me voy a buscar un sitio donde cenar que me espera otra noche de "ronquidos germánicos"
Ni los rinocerontes...


Al día siguiente, me las prometía muy felices caminando en compañía de un asturiano y sus dos perros, comenzaron problemas inexperados.


Me adelanté al de los perros y en algún cruce me despisté. Y para mayor inri me comenzó a doler un pie a base de bien. Y no era cuestión de ampollas, ¿fascitis plantar? algo de eso.


Conseguí salir a algún camino y me encontré con un grupo de chavales, haciendo la goma fui tras ellos hasta llegar a Sarria.
Sello la credencial en la parroquia de Santa Marina pero evito el albergue de la Xunta. Me voy al hotel Alfonso IX, que necesito cuidados intensivos.
Después de una buena siesta el dolor en la pierna no cede y me voy hasta la estación de Renfe a enterarme del primer tren que me lleve de vuelta a León y... ¡sorpresa!
Me encuentro con el Jefe de la Estación de León, que es de Sarria y está allí de vacaciones. ¿Cómo que vas a dejar El Camino aquí?
¡De eso nada!, comida de tarro, y bla, bla, bla, más comida de tarro y unas cervezas después me ha convencido de que siga hasta Santiago.


En el Hotel Alfonso IX se portaron conmigo maravillosamente. Incluso me cobraron una tarifa especial, muy reducida, por mi condición de peregrino. Y repuesto de mis dolencias me pongo a caminar al día siguiente. Parando en un bar de Morgade me encuentro con un peregrino catalán con el que ya he andado días anteriores.



Pasamos por Ferreiros bajo un calabobos persistente, pero casi se agradece tras el calor del día anterior.



Y al fín tenemos a la vista Puertomarín. Sello la credencial en la iglesia de San Juan pero excuso dormir en el albergue de la Xunta. Me quedaré en un piso de un señor que tiene un restaurante, donde se come de lujo, no recuerdo su nombre. Tarde plácida tras una buena siesta y después estaré dando palique con los compañeros que han llegado al albergue; algunos se han tenido que buscar, como yo, un piso donde pernoctar. 
Recuperar fuerzas que nos quedan unas etapas muy movidas. Cuánto ha cambiado todo esto; ahora hay albergues privados, estupendos, y ya es dificil tener problemas de encontrar cama.
Pero es que esto era el Jacobeo 99. Por eso al ver la película Tres en El Camino se me escapaba alguna lagrimita.
Otro día pondré más fotos.

Camino de Santiago, Jacobeo 1999, quinta parte.

 


Continuo con mi relato, sucinto, del Jacobeo 1999. Nos despiertan a las seis de la mañana en el refugio Gaucelmo con cantos gregorianos, ¡a todo trapo! Un café y salimos a caminar en plena noche oscura, por la carretera, como los topos pasamos por Foncebadón sin ver un pimiento. Está nublado y hace frío, pero con las primeras luces ya estamos llegando a la Cruz de Ferro.

Que, por cierto, no es el punto más alto del Camino de Santiago, ese lugar se encuentra en un monte pasado Manjarín. Donde están las antenas del ejército español.


Subiendo al mayo con unos pilgrims estadounidenses, a echar allí una piedra mas felices que el conejo de la suerte. Y solo se me ocurre contarles que el origen de ese montón de piedras es muy diferente a lo que les han contado en Rabanal. Tirar una Piedra al Meco, ¿y eso?

Los maragatos de siglos pasados obligaban a los gallegos que pasaban por este puerto, y más si eran de Ourense y Pontevedra, a Tirar una Piedra al Meco, (en La Meca tiran la piedra a un pozo, aquí, tierra cristiana, tenían que tirarla al Mayo con una cruz en lo alto) Para demostrar que a pesar de su pinta de bereberes no eran moros de confesión. O sino los mozos de Foncebadon y Rabanal les corrían a cantazos de vuelta al Bierzo.

No lo pasaron a creer, así pues excusé contarles a qué obligaban a las chicas gallegas que por allí pasaban. 😈 Los Pedro Mato de aquellos tiempos tenían un sentido del humor muy peculiar.




A continuación paramos en Manjarín y entramos a conocer el Refugio de Tomás el Templario. NON NOBIS.
No estaba aquel día y eran un par de chicos los que se encargan del chamizo. Pasando más frío que en Groenlandia. Al no estar Tomás tuve que ser yo el que camino del Bierzo les fuera relatando cosas de la historia medieval española y las órdenes de caballería.


Después de un largo tramo de carretera, bajo la lluvia, encontramos el desvío para bajar a derecho hacia El Acebo de San Miguel. Algo caliente nos vendría bien a todos.




Al fin llegamos a Acebo, el albergue parroquial Apóstol Santiago estaba cerrado y no pudimos sellar allí la credencial.
Pero si estaba abierto el bar El Acebo, ahora Albergue y Mesón estupendos, y allí me despedí de los norteamericanos, muy majos y dicharacheros, asustados con mis cuentos sobre trasgos y otras criaturas mitológicas de la zona. Un gran bocadillo y una jarra de vino era lo que necesitaba este peregrino. 
Y secar la ropa chubasquera.




Continuo Camino, ahora en compañía de unos brasileños hacia Riego de Ambrós; donde me abandonan, están machacados y han pasado dos malas noches, Aprovecharan para descansar y secarse en un alojamiento del pueblo. No recuerdo si ya funcionaba el albergue.






Me alcanza el grupo de españoles, ¡y un brasileño! con los que voy coincidiendo desde Hospital de Órbigo y con ellos bajo hasta Molinaseca. Ha parado de llover y luce un sol espléndido, ¿qué hacemos?


Pues que nos quedamos en el estupendo albergue municipal San Roque, a disfrutar de la villa y dormir la siesta y salir a cenar y ... que el hospitalero, Alfredo, (que años mas tarde montaría un hotelazo en una finca casi enfrente) nos tuvo que buscar por los bares de la orilla del río, y subirnos a la furgoneta que usaba para el reparto, y llevarnos como pendejos de vuelta al refugio. Pasadas las doce de la noche.
Menos mal que llevó la furgoneta pues sino alguno no hubiera llegado andando. 
Cada vez que he parado en Molinaseca he buscado a Alfredo para charlar con él. En especial de una postal que le envió un tal... ¿Don Benito? Y que luego dijo que no lo hizo. 
Que descanse en paz el alemán.


Madrugón y solo paro en Ponferrada a tomar un breve desayuno y hacer alguna foto al castillo, del Conde de Lemos. Que ya vale de templarios, jolina.



En Camponaraya me acoplo a una pareja formada por un irlandés y un bretón. El camino entre viñedos nos parece ¡fabuloso! Y al llegar a Cacabelos paramos a ver cómo descargan pimientos en La Moncloa de San Lázaro.
Les convenzo para que entren a ver cómo los asan y los empleados nos sorprenden con un desayuno peregrino, ¡que convida el legionario!
Yo me pedí un pimiento asado y un par de vinazos, de los de Prada a Tope, de su terroir en Canedo. El bretón alucinaba en colores...


Feria de La Quinta Angustia en Cacabelos.
Y la mangué como Amancio.
¿Pues no se me ocurre más que pedir una tabla de pulpo y jarra de vino? ¡Con esa solana!


La cuesta de Pieros se me hizo calvario y llegar a Villafranca del Bierzo salvación. 
Paré en el albergue municipal, atendido por una encantadora empleada del ayuntamiento, echo polvo, pero ¡echo polvo!
Con una buena cena en El Padrino al día siguiente ya había recuperado fuerzas.


Ya había estado en alguna ocasión en Villafranca del Bierzo pero de esta me quedó tan buen recuerdo que he vuelto muchas veces, y seguramente volveré. Un lugar con un encanto muy especial.


Con un solazo impresionante nos vamos para Galicia en amor y compañía peregrina.


Estaban construyendo la Autovía de Galicia y las obras impresionaban bastante. Por cierto, alguno de estos puentes se ha derrumbado en fechas pasadas.


Subida a La Faba, por un camino de tierra y piedras, que la verdad que se agradece después de tanta carretera.


Y un rato después ya estoy en el mojón de Galicia. Por entonces no lo habían pintarrajeado. Ya solo queda una tirada hasta llegar al destino del día.


El Cebrero, me fui a derecho al albergue de la Xunta y estaba todavía cerrado. El hospitalero estaba comiendo en el Mesón O Cebreiro y comí a su lado, comentandole que había dejado mi mochila en la puerta.
 Al lado de otras ¿Pero si nadie me ha adelantado subiendo? ¿De quienes son esas mochilas?
Me explica que esas mochilas las había dejado Jato, el del Ave Fenix, que como hace el reparto del pan se gana unos duros subiendo pertenencias peregrinas hasta el albergue. Que ya estoy en Jalicia Canival y que me olvide de todo lo que he que conocido como Camino de Santiago. Que me olvide... que me tome unos chupitos de caña, de café o de hierbas, de lo que sea...
Qué pillo Jato, ¡y qué gran persona!


Cuando regreso al albergue tengo que darle la razón al hospitalero, delante de mi ya han entrado más de sesenta personas. ¿Y eso?
Han llegado en autocares, y siguen llegando.
El ejército ha instalado tiendas de campaña al lado del albergue, allí dormirán casi todos mis compañeros peregrinos pues el albergue se llenó enseguida de turistas.
Aquella noche llovió como solo llueve en Galicia e hizo tanto frío que el hospitalero tuvo que pedirme ayuda para encender la calefacción, que no tiraba ni pa dios.
Hubo gente que durmió en la cocina, sobre las mesas, tirados en el sofá, venían ateridos de las tiendas de campaña. ¡Qué les ibas a decir!
¡Jalicia Canibal! ¡Fai un sol de carayo...!
Y venga a diluviar toda la noche... Aquí no duerme ni el Tato...
Otro día continuaré con el relato.

Camino de Santiago, Jacobeo 1999, cuarta parte

 


Continuando con mis recuerdos del Jacobeo 1999 mediante unas diapositivas escaneadas. Recuerdo con agrado Fromista, donde al llegar en primer lugar de toda la tropa peregrina me pasé el día ayudando a la hospitalera en el continuo trajín del albergue. 

Había que cambiar las bombonas de butano, pues se cambian y en paz. La noche fue desagradable pues el albergue municipal se encuentra muy cercano de un templo y las campanas daban las horas, las medias horas, los cuartos... A las seis de la mañana ya no debía quedar un peregrino en el refugio.

Parada para conocer la extraordinaria iglesia de Villalcázar de Sirga, Nuestra Señora La Blanca, donde un voluntario me contó el templo y su historia con pelos y señales.


En Carrión de los Condes paré en el albergue del cura, su hermana un auténtico encanto; Santa María del Camino es su nombre. Tanto el cura como su hermana me parece que ya fallecieron y ahora lo llevan unas monjas.

Por entonces ya resultaba enojoso el tema de los "coches de apoyo", gente que caminaba sin peso y sus mochilas las llevaba otro en su automovil ¡o furgoneta! Como hacían los alemanes. 

También los "jetas", que no tenían nada para echar en el cepillo del albergue y después les veías cenando en el mejor restaurante de Carrión o comprando ropa de senderismo, de las marcas más caras.

La tarde mereció la pena pues fui a conocer el Real Monasterio de San Zoilo. Un lugar muy recomendable para empaparse de Camino de Santiago, y la cafetería del hotel es una pasada.




Al día siguiente nos las prometíamos muy felices pero un súbito cambio en el tiempo me sacudió de lo lindo. Yo había mandado a casa, por Correos, mi estupendo chubasquero, para quitar peso, y tan solo portaba uno muy ligero, de ciclista. Y se puso a llover y frío, frío, frío...

Esas largas rectas se me hicieron interminables,


Al llegar a Lédigos ya no andaba ni medio bien, pero mi idea era caminar hasta Sahagún aquel día, así que cabezón como soy continué caminando.


Pero en Terradillos de Templarios ya no podía más, así pues busqué refugio en un curioso ¿albergue? Jacques de Molay. Una casa de adobe y a medio caerse, unas camas con unos somieres que pegabas con el culo en el suelo. 



Pero cocinaba bien la dueña; pena que pillé, con el enfriamiento, una gastroenteritis que todo lo que comí y cené lo...
Otra noche sin pegar ojo...


Con las primeras luces del día siguiente salí a la carrera hacia Sahagún, a buscar el consultorio médico. La médico me hizo un sucinto examen y una orden explícita: ¡te vas a León y guardas cama dos días!
¿Le hice caso?
Pues a punto estuve, pero ocurrió que al entrar en la cantina de la estación me encontré con la brigada de Vías y Obras, que sabían de mis andanzas peregrinas. ¿Cómo que te vas a León en tren?
Te tomas un acuarius y derechito hasta donde alcances. 
¿Un ferroviario peregrinando en tren? ¿Cuando se vió tamaña afrenta a la moral renfera?
Paré en el albergue municipal del Burgo Ranero. Domenico Laffi.
Conseguí que un vecino, ferroviario jubilado, nos trajera un montón de leña, y preparé una fogata en la chimenea que el hospitalero temía que ardiera toda la Costa del Adobe. Pero yo frío no estaba por pasar, y aparte cargaba con un saco de plumas de ganso.
Al día siguiente la mayor parte de mis compañeros de andanzas se quedaron en el albergue municipal de Mansilla de las Mulas, pero yo, a porfía continué hasta León y esa noche dormía en mi cama.


Al día siguiente me fui a buscar amigos al albergue de Las Carbajalas para hacerles la visita turística a León. La Catedral, San Isidoro y San Marcos, que les gustó sobremanera, en especial su cafetería donde les convidé a tomar lo que quisieran. 

En principio era mi despedida, que ya continuaría otro año, que tenía que sobreponerme a la cagarrina, que todos lo entendemos, que...


Que a la mañana siguiente apenas amanecer ya estaba caminando hacia Villar de Mazarife, que todavía me quedaban días de vacaciones. Paré a sellar la credencial en otro lugar inenarrable. el albergue de Jesús. Resultó que yo le conocía de proveer de estupendas patatas a muchos bares de León, en fin, ya pararía otro año en su cochambroso refugio. Ahora tiene montado un hotel, el patatero... un tipo fenomenal.


Paré a dormir en uno de los albergues más curiosos del Camino de Santiago, el de Los Amigos del Camino de Hospital de Órbigo. Unas antiguas escuelas del pueblo, situadas en una chopera a la orilla del río, reconvertidas en refugio. ¡Maravilloso! 

Hubo un tormentón de los gordos al anochecer, era un 25 de septiembre, pero en cuanto cesaron los truenos dormimos todos de maravilla. Incluso vimos luciérnagas por las ventanas aquella noche. 


Me reencontré con un grupo, con los que había pernoctado en Navarrete y me uní a ellos. Faltaba la norteamericana que había abandonado el Camino en Burgos, y les conté que yo había estado a punto al llegar a León. Ahí me tienen, tan chulo, en el Crucero de Santo Toribio con Astorga a la vista.

Cuanto ha cambido todo esto...


En Astorga otro abandono, un compañero catalán nos dejaba por consejo del mejor fisioterapeuta de la ciudad. Andaba visiblemente cojeando y la lesión podía ir a más si persistía.

Estaban cambiando el entorno de la catedral y el palacio episcopal, todas las calles levantadas. ¿Qué hacermos? Comimos algo y discurrimos...


Mochilas a cuestas y seguimos caminando; en Santa Catalina de Somoza paramos a comer un bocadillo en un bar muy curioso.


Y una cerveza  a mayores en otro bar que encontramos abierto al pasar por El Ganso. ¿Y donde paramos a dormir?


Pues paramos en el Refugio Gaucelmo, de Rabanal del Camino. El compañero brasileño lavando los calcetines de todos nosotros.
Se hace un poco dificil contar cómo se andaba en aquellos días, yo lo intenté en mi libro Camino de las luciérnagas. Se compartía lo poco o mucho que se tenía, sin más. 
Un alavés, jefe de la partida, custodiaba el fondo común y nos ibamos a cenar y tomar chupitos hasta que se agotara, y en ese plan. El Camino de Santiago aún nos traería algunas maravillosas sorpresas en días posteriores, que no todo era pasarse el día caminando, como ese día desde Hospital hasta Rabanal.


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