Socrates y la paradoja

 


Sócrates y la paradoja.

Un tipo muy curioso que animaba a sus discípulos a pensar por sí mismos. A salirse de la Doja o conjunto de creencias socialmente aceptado (ahora lo llaman Matrix, pero es lo mismo) y pensar desde fuera de esa "caja". 

Ser para-dójicos.

Tanto les hizo discernir que llegaron a la conclusión, ellos solos, que en Grecia ya no quedaban dioses. Los habría en tiempos de Aquiles y Odiseo, seguro que en los tiempos de Heracles, pero en sus días no.


Enteradas las autoridades de Atenas, que no tenía nada de democrática, del caso le dieron a elegir: o Doja u ostracismo. O aceptas nuestro maravilloso modo de vida o te largas de la ciudad con tu cabecita a otra parte.

Sócrates eligió la cicuta.

Era el hombre más sabio de su época, y de varias otras que vinieron detrás. Pero se ganaba más con los templos y el fabuloso negocio que representaban. 

Buda y la inversión de la enseñanza

 


El ejemplo de Gautama el Buda es paradigmático sobre la inversión de la enseñanza, darle la vuelta para que no se entienda nada.

El tipo se liberó de humanas ataduras, de su familia y todo eso, alcanzó la Iluminación y se lo contó a todo aquel que quiso escucharle.

Una vez fallecido su cuerpo carnal ascendió y se fue bien lejos de esta trampa de mundo.


Siglos más tarde regresó para encontrarse con unas multitudes que decían seguir su camino pero que estaban haciendo justo todo lo contrario de lo que él comunicó.

Tenían templos, cultos, sectas, evangelios, monasterios... 

Claro, se volvió a marchar.

Boletín Extraordinario de Hospitaleros Voluntarios

 In memoriam José Ignacio Díaz



Amigos hospitaleros. 

Este es un boletín extraordinario in memoriam de una persona extraordinaria, José Ignacio Díaz. En sus páginas podéis leer diferentes textos de hospitaleros, que han vivido muy próximo a su persona y a su obra. Amigos en lo personal y colaboradores de sus actividades. 

José Ignacio falleció el pasado 4 de julio, en Logroño, la ciudad donde trabajaba y realizaba su labor como párroco de Santiago el Real, allí en su casa se celebró el funeral, donde el templo se llenó de amigos, peregrinos, parroquianos y hospitaleros, para acompañar a su hermana en su despedida. La ceremonia fue concelebrada por 2 obispos y 82 sacerdotes, lo que dice de la valía humana, personal y profesional de José Ignacio. Después, en un acto algo más íntimo fue enterrado en su pueblo natal, Ausejo (la Rioja), en el panteón familiar, junto con sus padres y abuelos. 

Muchos hospitaleros de esta familia, conocíamos a José Ignacio y su obra. Pero ahora escribiré como coordinador de hospitaleros, para otros muchos voluntarios que no han tenido la oportunidad de conocerlo o sólo saben de él por referencia de otros. Promotor y fundador del moderno movimiento Jacobeo en los años 80 del siglo pasado, en compañía de algunos históricos peregrinos como Elías Valiña, Andrés Muñoz, Ángel Luis Barreda, Fernando Imaz, Vicente Malabia, y otros más que seguro dejo sin nombrar. José Ignacio Díaz, es el creador de Hospitaleros Voluntarios, a él debemos lo que somos y lo que representamos. Como director de la revista Peregrino, dio en 1990 los primeros pasos para convertir una idea en una realidad. Desde ese primer momento José Ignacio fue el coordinador de hospitaleros hasta 2002, donde cedió la responsabilidad a Francisco Sánchez, que trabajó hasta 2006. Siendo desde ese año y hasta 2022 Ana I. Barreda, la continuadora del proyecto de José Ignacio. 

Él, inició esta andadura en 1990 en Hornillos del Camino, junto con la que consideramos nuestra primera hospitalera voluntaria, Lourdes Lluch. Durante los primeros años, buscaba en diferentes poblaciones del camino lugares donde acoger peregrinos, y así se fundaron los primeros Hospitales de Peregrinos de la época moderna, y todos con la colaboración de hospitaleros voluntarios. La familia creció y nuevos albergues se inauguraban año tras años. Muchos con ayuda de manos voluntarias, como el de Grañón, Arrés, Bercianos, Tosantos y otros. Sin la tecnología que hoy tenemos, sin internet, sin ordenadores, sin teléfonos móviles. Imprimía y distribuía el boletín de hospitaleros, convocaba reuniones, curso y encuentros de hospitaleros, coordinaba los destinos de los voluntarios en los diferentes albergues donde trabajábamos. Un trabajo que a día de hoy parece imposible de realizar con los medios de que disponía. Para seguir creciendo, para hacer de la “hospitalidad tradicional Jacobea” el referente más significativo de la peregrinación a Santiago. José Ignacio Díaz es nuestro mentor, así lo reconocemos, y agradecemos. 

Hoy somos lo que somos, por solo seguir sus pasos. Y seguirá siendo nuestro referente. Gracias José Ignacio, intentaremos no perdernos en el camino, y si eso ocurre sabemos que tú nos seguirás guiando. Manuel Oliva ADIÓS A JOSÉ IGNACIO Dijo que tenía una fecha de caducidad y no fue cierto. Dijo que al llegar a los cincuenta desaparecería del mundo, y a fe que también se equivocó pues esperó a tener algunos más. Para despedirnos nos iba a llevar al espacio más bello del hayedo, allí donde el haya, tres veces centenaria, había procreado, allí desde donde habían partido los hayucos que dieron vida, entre otras, al haya abuela y a la de los pies grandes. Era su intención reunir en aquel bosque a los más íntimos, aunque de haberlo sabido, allí habrían acudido cientos. Eso, cuando ejercía como párroco en Grañón, pues de haberlo hecho en el 2023, ayer mismo, la cifra tendría muchos más ceros. De haber ocurrido según sus planes, ascenderíamos casi en silencio la senda de Caraballo, dejando atrás el sembrado de los helechos. Las marcas naranjas que hacía años él pintó como brújula de caminantes indicarían la dirección correcta. Mientras se subía, todos los que le acompañaríamos iríamos tensos. Todos nos imaginaríamos el futuro más próximo: como en aquel Tabor, los más nos quedaríamos quietos, mientras él se perdería para siempre tras el horizonte de una suave loma. Pero antes, pediría compartir una oración, y lo haríamos. Nos abrazaría uno a uno. Después, le desearíamos buen camino, mientras él nos prometería rezar por nosotros allí donde llegara, y al fin lo ha hecho. Cuando nos diera la espalda, agitaríamos las manos intentando distraer los nudos que se irían formando en nuestras gargantas. Alguien iniciaría entonces el canto del "Ultreia e Suseia" y el resto le seguiríamos. Su gran silueta se iría haciendo más pequeña; en nosotros, los brazos se moverían saludando. No veríamos su rostro; nos lo imaginaríamos riendo, feliz por iniciar una nueva etapa. Hoy ha sido verdad aquella despedida. Nos ha dejado. 

En Grañón, tras su etapa pastoral en Hervías y Cirueña, disfrutamos de sus 100 kilos de humanidad, después vendría la etapa en Santiago el Real. Verdadero revolucionario: cada 18 de mes, recordar a la Virgen de la Esperanza; revitalizar las cofradías; el ilusionante programa Alfa, y el albergue de peregrinos. Primero fue el hospital San Juan Bautista, en Grañón. Me acuerdo: -Ángel, escribe esto para los peregrinos: “deja lo que puedas y coge lo que necesites”. Máxima que permanece viva en albergues como el de Grañón, Tosantos, Bercianos del Real Camino, Alcuéscar, Arrés, o en el parroquial de Logroño. Eso y ser dinamizador-fundador de la Federación Española de Amigos del Camino de Santiago, director durante años de la revista Peregrino, organizador de cursillos para futuros hospitaleros voluntarios del Camino de Santiago y, lo que más le gustaba ser: peregrino. José Ignacio supo embarcar en interesantes proyectos a tirios y troyanos; acogió a peregrinos, a transeúntes y a inmigrantes; nada de lo suyo le perteneció; recibió regalos que convirtió en regalos; hizo amigos y dejó amigos, quiso y se dejó querer. Rezó laudes, vísperas y completas sobre el cerro, junto al nacimiento de los arroyos, paseando junto al Ebro o bajo la sombra de sus grandes y entrañables amigas las hayas. Fue patrón y guía de aquellos quince viajeros a Compostela entre los que me encuentro. Nos abrazó y le abrazamos bajo las bóvedas de Compostela; abrazo fuerte de oso, abrazo cálido de peluche. Humanidad toda. Se fue, se ha ido ya. Había nacido un Año Santo y se despidió y se despide, nada más cerrarse la Puerta Santa en Santiago ¡Con Dios, amigo! Ángel Urbina José Ignacio y yo Más de 40 años con José Ignacio en mi vida, es mucho tiempo, muchas vivencias, ratos preciosos, ratos de trabajo, de ocio, de alegría, de tristeza… 

Creo que cuando naces, la vida te llega con un carácter, una forma de ser que te acompaña para siempre; pero la vida que te toca vivir, el ambiente en el que naces, la gente que te rodea es importante para formarte como persona. Yo nací en un pequeño pueblo, estoy muy agradecida a mi familia, a mis padres, a mi hermano, porque entre todos creo que han conseguido que sea una persona jovial, tranquila y con un carácter creo que agradable, pero es importante el poso que te puedan dejar determinadas personas y yo he tenido la grandísima suerte de tener a José Ignacio en mi vida, y más en los años en los que las buenas experiencias te hacen crecer y madurar. Conocí a mi querido “Pepis”, así le llamaba cuando estábamos en plan de risas, con unos 15 años, llegó como una ráfaga de aire fresco como cura después del anterior párroco que era un cura de los de antaño, que te daba una bofetada si no te aprendías una oración o faltabas a misa el primer viernes de mes y comulgabas… así que aquel joven cura de cerca de 30 años nos revolución a todos los jóvenes. 

Era un líder entre nosotros, pasábamos tantas y tantas horas con él… Entrábamos en su casa como si fuera la nuestra, veíamos películas, hacíamos excursiones, teatro, veíamos estrellas, dábamos largos paseos a la luz de la luna. Aquellos años adolescentes en los que José Ignacio apareció, a mí me hicieron mejor persona; creo que gracias a él mis amigos y yo seguimos siendo los mismos amigos de entonces y mantenemos el mismo cariño entre nosotros porque él nos lo inculcó. Aquellas excursiones, la unidad entre nosotros… con él comenzamos a subir a Valvanera y con él llegó el Camino de Santiago. Y sin comerlo ni beberlo el Camino llegó a mí y se quedó en mi vida. 

José Ignacio se fue a otro pueblo y luego a otro y yo seguí con él en el Camino, con la Revista Peregrino y con los Hospitaleros. Qué puedo contar, hay tantas cosas. El me casó, bautizó a mis hijos, le he tenido de vecino en la iglesia de Santiago y hemos compartido tanto… ahora se ha ido … y voy a echarle mucho de menos. Mayte Moreno DESDE GRAÑÓN, GRACIAS Cuando amigos nuestros nos daban el pésame por la muerte de José Ignacio, yo les contestaba: estamos tristes por su partida, pero a la vez agradecidos a la vida por ponerlo en nuestro camino y haber podido compartir tantas vivencias. Agradecimiento, no solo como una amiga, también como alguien que ha nacido y vivido en Grañón y que se siente muy unida a este pueblo. José Ignacio vivió aquí durante catorce años, desempeñando su labor sacerdotal e implicándose en la vida del pueblo, contagiando a la gente su amor por la Naturaleza y por el camino de Santiago. Disfrutaba subiendo al monte muy temprano, recorriendo sus senderos, visitando las hayas más singulares, a las que ponía nombres y sobre las que inventaba historias que luego nos contaba cuando le acompañábamos en sus paseos, o cuando llevaba a los chavales del pueblo a los campamentos. Gran conocedor y amigo del Camino de Santiago, nos animó a recorrerlo y a vivirlo. En el verano de 1993, trece grañoneros, con José Ignacio como guía, salíamos de la plaza del pueblo caminando a Santiago de Compostela. 

Personas de diferentes edades, intereses, formación, etc. a las que él consiguió motivar para meterse en semejante aventura. Una experiencia inolvidable y muy enriquecedora. A él se debe que Grañón tuviera su primer albergue, inaugurado el 1 de julio de 1997. Éste, conocido como “Hospital de Peregrinos San Juan Bautista” supuso un gran cambio para el pueblo. Con él llegaron peregrinos y hospitaleros de distintas partes del mundo, amigos del camino que voluntariamente ofrecieron muchas horas de su tiempo libre en desescombrar, y en los diferentes trabajos que se llevaron a cabo en la construcción de este espacio. Los habitantes del pueblo tuvimos la oportunidad, además de ayudar, de conocer, charlar y convivir con personas de diferentes nacionalidades, lenguas, culturas, gastronomía… Pudimos darnos cuenta de que hay muchas más cosas que nos unen que las que nos separan, y de que, con respeto y generosidad, las relaciones son fáciles. Nos hemos ido haciendo más abiertos, más ciudadanos del mundo, a sentirnos orgullosos de nuestro pueblo y a trabajar por mantenerlo vivo. José Ignacio, muchas gracias. 

Rosa María Vitoria 

JOSÉ IGNACIO, UN GRAN HOMBRE GRANDE Decidí ser hospitalera después de realizar mi peregrinación en 1995, y así fue como conocí a José Ignacio, en el cursillo para nuevos hospitaleros que tuvo lugar un año después en Santo Domingo de la Calzada, en la casa del Santo. En años sucesivos tuve la oportunidad de asistir a distintos encuentros como las Jornadas de Oración en Silos y en Samos, la Revisión-Conclusión de Santo Domingo y, especialmente, al Encuentro de Hospitaleros en Rianxo en 1999, en el que, gracias a él y a sus contactos, pudimos vivir la experiencia de gozar la catedral de Santiago para nosotros, para todo el grupo que asistimos. Destacaría dentro de sus propuestas una que me pareció especialmente relevante: “Y, después del Camino, ¿qué?”. Porque está claro que no estamos igual después de realizar el Camino de Santiago y él vio la necesidad de seguir nutriéndonos y creó varias actividades: - Revista Peregrino creador y director en 1987 hasta 1997. - Cursillos para Nuevos Hospitaleros. - Jornadas de Oración para Peregrinos en el Monasterio de Santo Domingo de Silos. - Jornadas de Oración para Peregrinos en el Monasterio de Samos. - Peregrinación por el Valle del Silencio. - Encuentros de Oración en Grañón. - Cursillos (Historia del Arte en el Camino, etc.). - Reunión anual de Revisión del trabajo de verano. - Construcción de los albergues de Grañón, Tosantos, Logroño… - Sacar el Camino de las carreteras, limpiarlo... Gracias a todas estas experiencias se fue forjando una gran amistad y atesoro muchos momentos buenos vividos y compartidos con él. Las bodas de peregrinos en Grañón, (las de María José Enciso con Miguel, y Lourdes Lluch con José, y Vicky con Félix), todas ellas muy entrañables. Los paseos por los hayedos de Grañón con sus historias inventadas que nos atrapaban. La Peregrinación de Asís a Roma. Y, algo que me conmovió profundamente, el oficiar el funeral de mi querido padre Rufino. 

Recuerdo especialmente en los cursillos para nuevos hospitaleros, cómo él se arrodillaba a lavar los pies a dos cursillistas, en un gesto de estar al servicio, y siempre me emocionaba verlo, y José Ignacio me ha enseñado a estar al SERVICIO de los demás por AMOR. Con José Ignacio he aprendido a descubrir a Dios en las cosas más sencillas y a conocer la verdadera alegría según San Francisco de Asís. Y a ser generosa con su ejemplo. 

 GRACIAS INFINITAS por su legado, somos una gran familia conectada por la fraternidad que él generó entre nosotros, y somos faros alumbrando el camino de los otros y sembrando semillas de amor por el sendero de la Vida. ¡Que él nos ayude desde el albergue celestial! Allende Marín “Un toque de campanas” Intentar escribir unas palabras sobre José Ignacio Díaz para dar un pequeño esbozo sobre su persona no me resulta fácil; del amigo que forma parte de tantos recuerdos, vivencias y que aún se siente presente, muy presente, es muy duro hablar en pasado. Creo que lejos de lo que supone su figura en el mundo Jacobeo (fundador de Hospitaleros Voluntarios, movimiento de acogida para el peregrino), hablaré más bien del hombre amigo, cercano, inteligente, con un sentido del humor único; preocupado por los demás, atento siempre a las personas que necesitaban ayuda, dando aliento, facilitando no sólo lo económico, sino también lo administrativo, el alojamiento y tantas otras vicisitudes. Y es que, como gran conocedor del ser humano, él era capaz de percibir el dolor y el sufrimiento de otros y sabía encontrarles consuelo. 

 Quizás por esta increíble manera de ser, tras los primeros momentos de la pandemia, propuso a los hospitaleros que pudieran venir con sus familiares a pasar unas vacaciones en la casa parroquial de Santiago el Real de Logroño, para que intentaran relajarse tras los duros meses que habíamos vividos todos. Creyó que eso ayudaría a sentirse de nuevo cerca del Camino a las personas que así lo quisieran y, cuanto menos, siempre les vendría bien un cambio de aires. Se extendió la convocatoria, a la que respondió un pequeño número de hospitaleros. La experiencia fue enriquecedora, entrañable. En palabra de algunos de ellos: sanadora. Yo recuerdo particularmente un momento de esos días, en que subimos al campanario. José Ignacio nos explicó una breve historia sobre cada una de las campanas y pidió en un momento determinado que el grupo se colocara debajo de dos de ellas para tomar una fotografía; cuando el grupo estaba preparado, sacó su móvil y dos segundos después, las campanas se pusieron a dar el toque de horas. El inesperado sonido hizo que las compañeras salieran despavoridas, entre asustadas y divertidas, para ponerse a resguardo. Las risas de todos en ese momento tras esa broma tan pícara, podéis imaginároslas. 

Me acuerdo mucho del amigo generoso, siempre de buen humor, que nos permitió acompañarle en sus últimos días, haciendo que la amistad cobraba más importancia si cabe, consolándonos al cuidarlo, despidiéndonos sin decirlo. Fiel a su manera de ser y a su hacer de sacerdote. Me parece que José Ignacio es el gran desconocido de Hospitaleros Voluntarios. Considero también que, por veces, incluso no fue tratado con la misma generosidad que él nos brindaba; abriéndonos su casa, su albergue, ofreciéndonos plena confianza para tratar a los peregrinos y compañeros como él lo hacía. Propiciando esos encuentros breves pero llenos de significado, de humanidad compartida, de sentimientos mutuos. Los encuentros de miradas cómplices, que comunican “yo también” y “más allá”. Él veía al peregrino como una especie de portavoz de la Tierra. Decía que sus pasos y sus palabras son la cadencia de un eterno “amén”, que suena como un eco en todo el Camino, dando voz y alma a la oración continua de la Tierra a su Creador. A los hospitaleros nos ofreció el privilegio de servir, haciendo mayor este eco; reflexionar sobre ello es hacer justicia poética a sus enseñanzas. 

 En mi caso, sólo puedo dar siempre las gracias por haberlo tenido como amigo, por su dedicación hacia nosotros y su presencia. José Ignacio, humildemente intentaré “yo también y “más allá”. Ojalá y pueda. María Martínez (Malele) José Ignacio Díaz. Mi escuela en el Camino. Entre la primavera de 1997 y finales de junio de 2023 transcurrieron 27 años. En medio, contabilizo vivencias y sucedidos que atesoro como enseñanzas. Muchas son fáciles de plasmar negro sobre blanco, pero de otras, no soy capaz de escribir con claridad por contener hondas emociones. Veintisiete años dieron para mucho, aunque hubiera querido seguir teniendo mi particular escuela por más tiempo. 

Ha fallecido don José Ignacio Díaz -Joseignacio en mi listín telefónico- y con él termina un ciclo -quizá sí, quizá no- en el Camino de Santiago, en Hospitaleros voluntarios; seguro que así será para las personas que tuvimos contacto prolongado con él. Alguien de mis amigos hospitaleros escribió: “nos hemos quedado huérfanos”. Y sí, quizá sí. A buen seguro, en este boletín de Hospitaleros extraordinario y en otros lugares, podremos leer sobre la excelencia de este hombre, de su obra en Hospitaleros, en el Camino, en las parroquias que atendió. Yo, prefiero centrarme “en lo mío” brevemente, sólo un poco por encima porque el páter no era dado al postureo. ¿De quién oí hablar por vez primera durante mi curso de preparación para ser hospitalera en 1997? De José Ignacio. ¿Quién apareció, dijo misa en la cripta de Santo Domingo y se fue tan calladamente como llegó en aquella ocasión? José Ignacio. ¿Quién, tras una espontánea conversación sobre el Camino y la gente de los pueblos, me pidió que participara en los cursos de formación de Hospitaleros tras una única experiencia como hospitalera? Fue José Ignacio. 

¿Con quién aprendí a desarrollar una línea de pensamiento sobre la hospitalidad y la acogida? Con José Ignacio. ¿A quién sustituí en la coordinación de Hospitaleros, Paco Sánchez mediante? A José Ignacio. ¿Quién tenía un cuaderno amarillo donde apuntaba los hospitaleros y sus quincenas y se burlaba de mí porque yo ya usaba un Excel? Era José Ignacio. ¿Con quién mantenía conversaciones “a solas” sobre Hospitaleros y sobre cómo veíamos los dos la evolución del grupo y de la idea fundacional de Hospitaleros voluntarios? Con José Ignacio. ¿Quién facilitó que me uniera a este apasionante mundo y no dejó que lo abandonara tiempo después cuando el cansancio empezó a hacer mella en mí? José Ignacio. ¿Quién vino hasta mi parroquia para oficiar el funeral de mi padre en un gesto que jamás olvidaré? José Ignacio. De José Ignacio recordaré siempre cómo nos “embrujaba” cuando contaba historias sentados en la mesa del comedor de Grañón -con aquella mezcla de infusiones y el olor del tabaco de pipao en el coro de Logroño o en el hayedo de Carrasquedo. Claro que no siempre estuve de acuerdo con él, pero los amigos se perdonan y continúan camino. 

Cuando me habló de su enfermedad lo hizo en términos futbolísticos: tuve prórroga y ahora estoy en la tanda de penaltis; reza por mí. A dos días de llegar a Santiago en peregrinación, hablé con él; ya estaba en el hospital. Le recordé la historia de la que fue testigo sobre un joven que, tras bajar Mostelares, estaba escribiendo en la carretera -de lado a lado- el Padrenuestro y que yo había recordado ese día de mi camino. Y como en un suspiro dijo: ¡cuándo podré volver yo a Santiago!... Cada uno de los que hemos sido llamados a escribir en este boletín tenemos mil y mil recuerdos con Joseignacio. José Ignacio Díaz fue para mí un mentor, un educador, una referencia en el Camino. Un gigante. Se habrá dado una vueltina hoy por Compostela; ya está en presencia del Padre y estará poniendo orden en el albergue al que siempre aludimos: el albergue eterno, ese que solo tiene camas de abajo. Para mí solo pido no olvidar lo aprendido con él y de él. Es mi parte de su herencia. 

Ana I. Barreda 

¡¡QUÉ MAL COMIENZO!! Me tengo que remontar al año 1991, para poder decir que significa José Ignacio para mí. Aquel año, tras una llegada a Santiago de Compostela con Mertxe, mi mujer, Melanie y Ekaitz mis hijos y una frase antológica de Mertxe: "Quiero tener esa cara". Decidimos hacer el CAMINO de SANTIAGO desde Roncesvalles. La información que tenía, era mínima, ya que, en el año 1989, yo había llegado a Santiago andando de una forma, casi casual. Así que en ese año 1991, me acerqué a Santo Domingo de la Calzada ya que me habían dicho que existía una oficina de información. Un día laborable de una semana del mes de marzo, llegué a lo que después me enteré que era la casa del Santo y allí llamé a una puerta, donde no me contestaron y allí entré si ser invitado, tras esa puerta, me encontré con un tipo vestido de negro con el pelo negro y los modales negros.... Ante un ordenador de aquellos a pedales, muy concentrado en lo que hacía y nada concentrado en la inoportuna visita que era yo. Sin apartar la vista del teclado, dijo: Qué quieres?? Yo respondí: Información para hacer el CAMINO con mi mujer y mis hijos en el año 1993. Su respuesta: tienes prisa por hacerlo? Yo: No. Pues no lo hagas ese año, espera. Ni me miró a los ojos, ni levantó la mirada del teclado, ni dijo adiós. Total, todo un CAPULLO! 

Pocos días después, me enteré quién era y el por qué de su concentración y malos modos. Me lo explicó una niña super amable el día que volví a enfrentarme ante el CAPULLO aquel que me mandó al carajo si más miramientos, esa niña, era Maite Moreno. Tras aquel primer encontronazo, ya que no fue encuentro, hice mis dos siguientes caminos, uno en bicicleta y el siguiente andando con mi mujer y mis hijos. Y en el CAMINO del año 94, descubrí a los Hospitaleros Voluntarios de la mano de Mari Paz Faraldos y por consiguiente a su alma máter, aquel capullo que no me atendió ni miró a la cara, José Ignacio. Y resultó que aquel José Ignacio, paso a ser mi sacerdote de cabecera, mi director espiritual, el descubridor de mi fe, el fiel consejero, mi abogado del diablo, mi enemigo ocasional, mi compañero de aventuras, mi confesor, mi compañero de desventuras, mi asesor, mi amigo del Alma, mi todo. Fue todo lo que uno puede esperar de un amigo, el que te anima, reprende, aconseja, perdona.... Eso, todo un amigo. Treinta años de amistad. De los que solo puedo decir... GRACIAS POR SER MI AMIGO.

 Jorge Fernández 

Conocí a José Ignacio Allá por el año 97 en Grañón en mi curso para nuevos hospitaleros. Una persona seria, enorme, grande y muy negro, mucho. Tengo que confesaros que ya estaba cansada de oír hablar de él antes de conocerle, que si los hospitaleros voluntarios, que si lo dejaba, que si lo cogía, que si la revista, que no podía dejarlo, que todo iba a desaparecer... Yo pensaba... ¿quién será ese sacerdote tan querido y del que tanto se hablaba? ¡¡Qué pesadez!! Me envió a León de hospitaleros y "le odie". Pero al volver y pasar por Grañón recuerdo que me dijo todo serio en aquel cuartito de estar: caminas un palmo por encima del suelo. Y así era él, acertaba siempre, aunque te dejará previamente que te enfurruñaras. 

De ello fui dándome cuenta con el tiempo, te dejaba, pero nunca te soltaba, era de apariencia dura y recia, pero con un gran corazón de mantequilla. He tenido la inmensa suerte de conocerle como cabeza de hospitaleros, como amigo querido y como sacerdote, y en cualquiera de estas facetas, todo lo bordaba. Tenía un don especial, me encantaba esa mezcla de duro y seco junto con esos abrazos y sonrisas que te derretían. ¡Eran muy preciadas ambas y cuando te las regalaba... ufff, me sentía infinitamente afortunada! Viaje con él y otros amigos en varias ocasiones, en furgoneta, en coche y hasta en barco, siii, con la guitarra y con su misal. 

Siempre fue fiel a su vocación sacerdotal y allí donde estuviéramos había que celebrar una misa cada día. Era todo un regalo compartir eucaristías con él. Tenía el don de la palabra y el de meterte en dedo en el ojo, y yo siempre buscaba sus homilías tan bonitas en Logroño, en su iglesia de Santiago donde tanto construyó. Cada fin de semana que iba a Logroño desde Salamanca me invitaba a un delicioso desayuno el sábado y a una charleta para ponernos al día. Nos echábamos ambos de menos y teníamos muchos planes para cuando yo regresará a vivir de nuevo a Logroño. La parroquia de Santiago la revitalizó, creo comunidad entre todos sus feligreses, grupos de esto, de aquello... su cabecita nunca paraba, miles de proyectos. 

Y qué decir que no sepáis ya todos del albergue de peregrinos, qué delicia verle actuar, estando, pero sin estar. Tantos peregrinos y tantas almas a las que ha acercado a Dios, tantas experiencias atesoradas junto a él, tantos momentos mágicos, porque todo lo que tocaba lo convertía en magia, en algo sublimemente sencillo, como su vida fue. Buen sendero y gran apostolado el que él ha desempeñado con tantos peregrinos. Y cuánto también aprendió, porque el Camino a él, como a todos, le transformó. Se dejó transformar, así lo deseó. Dios me concedió el regalo de hacerle una visita y darle un gran abrazo la víspera de partir. Qué fortaleza y aceptación demostró hasta el último momento. 

Qué fe tan robusta... Cuánto dolor ofrecido por todos nosotros... Se me llenan los ojos de lágrimas y de un infinito agradecimiento por haber compartido un pedacito de su vida, de ese corazón inmenso. Todo un ejemplo y un aprendizaje que nunca olvidaré. Nos volveremos a encontrar, querido amigo, descansa ahora en la Paz del Señor... 

Beatriz Sáenz

Intangible

Intangible Cambios en el planeta natural. Amores luminosos, cariñitos pasajeros, que pasan por este mundo viajeros, peregrinos de Lo Inta...