Continúo con mis imágenes de recuerdo de aquel Año Jacobeo de 1999.
Madrugando una barbaridad los primeros rayos del sol ya me pillaron saliendo de Cirauqui. Aquello se iba a convertir en una carrera monte a través entre un brasileño y un servidor por ver quien llegaba primero al siguiente albergue. Total como no se podía dormir la cuestión estaba en quién dormiría en la litera inferior.
La señalización a mi me parecía suficiente, había estacas, mojones y en muchos lugares las curiosas flechas amarillas. Años más tarde yo iría pintando flechas de esas por varias provincias.
Al llegar a Estella: ¡sorpresa gorda! El brasileño había llegado diez minutos antes, me tocaba la cama de arriba, otra vez. Lo echamos a risas y pasamos la tarde disfrutando de la villa y haciendo fotos. Había mucho brasileño, coreano, japonés, en fin de todo aquel fin de verano del año 1999.
De la siguiente jornada lo más reseñable fue la larga tirada que es la bajada desde Monjardín hasta Los Arcos. Se me hizo largo, incluso corriendo tras el brasileño.
El albergue eran unos contenedores metálicos con aire acondicionado, suficiente. Ya iba haciendo amistad con mochileros que había visto en Puente de La Reina. De los que veníamos por el Camino Aragonés les perdí la pista al segundo día.
Madrugar, madrugar, madrugar... total para no dormir apenas mejor salir a andar. Veíamos salir el sol cada mañana a nuestras espaldas.
La entrada en Viana fue apoteósica, estaban en fiestas y nos añadimos a la procesión de gigantes y cabezudos. En la foto una chica brasileña y otra chilena, la gente nos paraba y los niños nos pedían caramelos como si fueramos parte del desfile.
Nos reímos una barbaridad.
Y no paré de reirme con Andrés Muñoz, el de la alberguería, y venga jarras de vino.
Cuando pasé por donde Felisa, Higos, Agua y Amor todavía me duraba el cachondeo y tuve que parar un rato a dar palique con ella.
Como no me gustó el bullicio de Logroño nada más comer arranqué por el Parque de La Grajera adelante y no paré hasta llegar a Navarrete.
Un curioso albergue, de varias plantas, y un hospitalero que hacía sopas de ajo, sopa castellana más bien, para cenar con los pilgrim. Yo preferí cenar algo consistente en un mesón cercano; recuerdo el cachondeo que me pillé, con uno de Vitoria, a costa de una peregrina de Nueva York. Llevaba en la mochila un gran filtro para el agua, de ¿carbono activado? o algo así. Nosotros, como las vacas, en la primera fuente que pillábamos.
Algunas cagadas más adelante me acordé bastante de la chica neoyorkina...
Cambio de tiempo camino de Nájera, se nos echaban las tormentas encima. Una tras otra, cuando se pasaba la de la mañana comenzaba la de la tarde.
En el Alto de San Antón descubrí la curiosa costumbre de hacer pequeños mojones a base de amontonar piedrecitas. Pena que no parase de llover.
En la tapia de una fábrica habían pintado una poesía, muy chula. Con los años se haría muy famosa. Ignoro si seguirá allí.

El río Najerilla estaba por desbordarse con tanto agua como caía. El albergue, el antiguo de piedra, se llenó al poco de llegar yo y como andaba todavía bien opté por dejar mi litera a un compañero y continuar caminando.
No fue muy buena idea: una tormenta tremenda me pilló llegando a Azofra y me destrozó el paraguas.
Suerte que me encontré con el párroco y me condujo al albergue parroquial, dedicado a Doña Isabel de Azofra.
Al tiempo llegó un ciclista canario que casi se mata dando pedales entre rayos y relámpagos. Mas tarde, ya anocheciendo fueron llegando más caminantes.
El albergue, muy curioso, tenía divididas las habitaciones, unas para chicos y otras para chicas.
La chica francesa y una australiana agradecieron mucho esa segregación.
Y aún más agradecidas quedaron cuando encendí el calentador del agua, a gas butano. ¡Se habían duchado con agua fría! Con la que estaba callendo...
La cena comunitaria; en fin, no soy muy bueno haciendo huevos fritos con patatas, pero el canario no paraba de contar chistes... así que esa noche dormimos todos como lirones, y nadie se levantó hasta bien amanecido.
Llegué mas bien pronto a Santo Domingo de La Calzada y pasé la mañana y la sobremesa con un grupo de danzarines mejicanos. Que si había que sanar el planeta... ¡pues ándele!
Ellos venga a danzar y dar vueltas y yo a tomar vinos.
¿Qué hacer entonces?
Mochila al hombro y a seguir caminando, en algún sitio pararé.
Y paré en Grañón, en su curioso albergue parroquial y su aun más curioso párroco.
Pocos años después yo también me haría de Hospitaleros Voluntarios y pasé una quincena en Nájera, en el nuevo que construyó el ayuntamiento.
Lo que son las cosas de la vida, ¿verdad?
Otro día pondré más fotos.